Hoy queremos compartir con vosotros el testimonio de una clienta que a sus 70 años, disfrutó de la experiencia de navegar en una goleta privada en Turquía.
Esperamos que os guste.
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Soy madre, esposa y abuela.
He tenido la gran suerte de realizar una experiencia que veía lejana y que dada mi edad, (70 tacos, como dirían mis nietos) pensaba que sería imposible.
Y he decidido explicar esta experiencia para que nadie “mayor” la ignore.
Sé a ciencia cierta que si lo hacéis, os proporcionará un momento en vuestra vida que es importante vivir, en el cual puedes coger la naturaleza casi con las manos y absorber con la mente todo lo que nos proporciona. Se que no os vais a arrepentir.
Llegó a mis manos un folleto importante de una empresa Aproache.
Unos amigos que habían vivido la experiencia y que tenían nuestra edad, me comentaron “hemos estado en Turquía navegando, no podemos decírtelo en palabras pero mira nuestra cara”.
Efectivamente, tenían luz, tersura, alegría, paz y un gran bienestar.
Pregunté intrigada “¿Dónde habéis conseguido sentiros tan a gusto?” “Hemos estado en una goleta maravillosa en Turquía, una semana pero ¡qué semana! Inenarrable. Hazlo, nosotros nos sentimos queridos, mimados y pletóricos de belleza. Esto no tiene que ver con un crucero”.
Al principio me pareció una locura pero me puse en contacto con la empresa y la información que me dio el director de la misma, me convenció.
Hice mi reserva para octubre en una goleta exclusivamente para nosotros acompañados por la tripulación. Se lo conté a unos amigos, a mis hijos y a mi consuegra y me llevé a mis dos nietos de 3 y 5 años.
Esto lo comento porque no existe veto ni edad para ser feliz.
En el aeropuerto, nos esperaba una señorita encantadora y un chofer para 10 personas.
Nos cogió el equipaje y nos llevaron al puerto. En ese instante comenzó mi felicidad plena.
Todo el puerto estaba repleto de goletas de todos los tamaños. La tripulación y el capitán nos esperaban con una sonrisa, delicadeza y afabilidad.
Después del saludo de rigor subimos por la pasarela al que, durante una semana, sería nuestro hogar (y os puedo decir que lo fue).
A continuación nos ofrecieron una copa de llegada y naranjada para los niños.
Era todo de madera, por supuesto zapatos fuera. En la goleta siempre con calcetines.
Observamos un comedor en cubierta y bajando cuatro escalones un salón-comedor y una barra de bar.
Nos enseñaron los camarotes (comodísimos), todos con baño individual y nuestros armarios. Inevitablemente comenzaron los comentarios de unos y otros
Nos duchamos y cenamos.
Haceros una idea: luna en cuarto creciente, un cielo estrellado que aunque parezca mentira, las estrellas son distintas.
La sonrisa no se pierde ni un momento, los pulmones se llenan de un aire diferente y los sentidos se ponen en marcha.
Y maravillosamente llega la culminación de lo que cualquier ser humano busca: paz, tranquilidad, tu merecido descanso. El oído se agudiza porque no existe el ruido de la capital. Solo los sonidos naturales y la comunicación espontánea.
Cenamos (todo riquísimo y sano) y el capitán, con nosotros, programó en el mapa el recorrido del día siguiente.
Si ocurre que a ti te da lo mismo (puesto que no conoces la zona), él te lo explica de una manera suave para que lo entiendas ya que los idiomas usuales son el turco, inglés y algo de griego.
Amaneceres insospechados y puestas de sol donde lo único que puedes hacer es dar las gracias (algo que a menudo olvidamos)
Ponerte en la proa mientras te salpica el agua del mar y sentirse de nuevo joven. No querría ser pesada pero os animo a que lo hagáis. Eso si, no os olvidéis de traer un buen libro (es el sitio idóneo para perderse en la lectura) y una baraja de cartas.
Tampoco olvides traer los bañadores, papeles y lápices para hacer bocetos, la cámara de fotos o video, etc.
Un diario de abordo es fundamental, para más tarde, no omitir en tus recuerdos ni un solo detalle.
Puedo decir que a lo largo de mi vida he estado en muchos sitios, pero nunca tan cómoda y dichosa.
Que la edad no os frene, la vida que nos queda, tiene mucho que ofrecernos.
Un abrazo navegante.
María Elena.
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