Estamos sentados y contemplo esta encrucijada de calles adoquinadas, rodeados de un enjambre de casas bajas, pintadas (o mejor desconchadas) de un sinfín de colores al azar, verde, amarillo, esmeralda. Los vecinos nos contemplan desde los balcones. Definitivamente, La Habana es la ciudad de los balcones.
Tras la parada volvemos a callejear bajo este ambiente húmedo y caluroso pasando por delante de la bonita Catedral. Las calles están vacías, somos los únicos turistas (los primeros que ven en 9 meses) así que hoy somos la atracción. Llegamos hasta Cheff Iván Justo, un coqueto restaurante de varias plantas, que me recuerda a los que tenemos en Madrid en la Cava Baja. Son de los años 50, de esa época de mujeres bellas. Una radiante Celia Cruz me sonríe desde lo alto de la pared. Comemos tacos, tostones rellenos de carne de res y un lechón crujiente que está de muerte. Mientras esperamos la comanda llega un curioso trío, ataviado con guayaberas blancas , maracas y guitarras , dispuestos a amenizarnos la comida. En su repertorio Dos gardenias , Cha Cha Cha , Sarandonga y otras más , suena la música en el tono de aquí, lento, suave y mientras comemos hacemos los coros . En un sitio así te olvidas de todo, la pesadilla que vivimos parece alejarse, solo sabemos que sigue ahí porque somos los únicos turistas en el restaurante, en la calle, en el país. Pero da igual.
Después de comer continuamos nuestro recorrido por la ciudad y ya cuando anochece vamos en busca de un buen mojito. Por el camino encontramos una de las pocas tiendas de souvenirs abierta, es un buen momento para comprar guayaberas y sombreros panamá.
Además estamos de suerte porque en la tiendita conseguimos un muy buen cambio.
Disfrutamos de unos refrescantes Mojitos y daikiris en una plazuela cerca del hotel y cerramos el largo día con nuestro pianista José al que las chicas del grupo acompañamos cantando unos cuantos villancicos, que para eso estamos casi en Navidad. A estas alturas en el hotel ya saben que los españoles no tenemos remedio.
Amanece lluvioso, el cielo gris y la lluvia le dan un punto de melancolía a la ciudad. Nos recogen en el autobús que nos llevará a la base, en Cienfuegos, a unas 4 horas de la Habana (unos 245 Km). Pasamos por el Hotel Nacional, testigo de la Revolución de 1959.El malecón sigue con su peculiar batalla de olas y la cúpula del Capitolio, que fue donada por el amigo pueblo ruso, brilla bajo el cielo encapotado.
Cruzamos por delante de un gran Hospital, el Hermanos Ameijeiras. Aquí la sanidad, la educación y la universidad son gratis. Por eso la gente está tan bien instruida, con cualquiera que te pares a hablar te dirá que es físico, químico , profesor o filósofo.
El conductor del autobús nos va explicando mientras conduce en dirección a Cienfuegos. Nos cuenta que las grandes casas señoriales pasaron a ser propiedad del gobierno, que las distribuyó para uso de la población. Casas, coches, todo tiene más de 60 años y no se ha podido actualizar su mantenimiento.
La isla tiene unos 1000 Km de largo y 200 de ancho, pero sólo hay 300 km de autopista. El salario medio de un médico es de unos 20 dólares al mes.
Nos dice que ellos viven y han vivido de las remesas, de lo que los cubanos de fuera han ido mandando a la isla. Su hija vive en Italia y dice que allí se vive mejor, pero que aquí hay más libertad, más fiesta.
Lo que si nos cuenta es que Trump les ha fastidiado, pero bien. Cortes de luz, falta de suministros en comida y bienes. Por eso hay tiendas MLC, tiendas donde sólo se puede pagar en euros o dólares. Hay en ellas largas colas de gente intentando comprar pollo, mantequilla, refrescos, picadillo..
También nos cuenta que les van a poner la vacuna del covid Cubana , Soberana se llama.
Con un tono que suena sincero comenta que le gustan los españoles más que los colombianos o los venezolanos, básicamente por la conversación aunque no nos aclara más motivos.
Transitamos a buen ritmo por la autopista, hay dos carriles en cada dirección separados por una mediana de hierba. No hay ningún tendido eléctrico en la carretera, tampoco vemos pueblos ni gasolineras. Si que hay algún que otro socavón y varios restaurantes que se anuncian a lo largo del trayecto, los llaman paladares.
Después de dos horas de trayecto nuestro amable conductor nos para en un paladar y allí nos tomamos una cerveza en vasos hechos con botellas de Heineken cortadas por la mitad. Unos lugareños que ya llevan más de unas cuantas cervezas amenizan nuestra parada con rancheras y habaneras melosas.
Unos cuantos kilómetros más allá paramos en otro paladar, esta vez para comer. Pedimos camarón, res y un cerdo delicioso cortado en tiritas acompañado con yuca y arroz blanco.
A eso de las 4 llegamos por fin a Cienfuegos donde me sorprenden las hermosas casas muy bien conservadas. Esta ciudad es la Perla del Sur, patrimonio Cultural de la Humanidad. Está ubicada en la península de la Majagua, a orillas de la bahía de Jagua, y se abre al mar Caribe por un estrecho canal. Debe su nombre al capitán General de la isla de Cuba, Don José Cienfuegos Jovellanos.
Sus calles en cuadrícula muestran muchos edificios de arquitectura neoclásica, con amplios paseos y parques.
Hemos alquilado los Catamaranes en Cienfuegos y allí nos esperan ya los que van a ser nuestros marineros a bordo, Ginés y Coto. Cada uno irá en un catamarán. Coto es el que va a ir en mi catamaran un flamante Fountaine Pajot Saona 47 de 2019 . Apenas se le ve porque lleva la cabeza cubierta con una especie de pasamontañas que solo deja los ojos al descubierto. Supongo que está preocupado por si le contagiamos el COVID así que ha decidido presentarse como si fuera Spiderman . Da un poco de reparo verle así, parece un fantasma. Por suerte, al día siguiente se fue relajando y se quitó la máscara. En cuanto vió que eramos gente Covid free se quitó la careta y pudimos verle la cara.
Después de nuevos chequeos anticovid a pie de barco, podemos por fin embarcar. Navegamos a bordo de dos maravillosos catamaranes de alquiler un Saona 47 y un Bali 45 con todas las comodidades, varias neveras, ac, potabilizadora y camarotes amplísimos.
Llevaba muchos años queriendo venir de vacaciones a Cuba y poder alquiler un catamarán en Cuba para conocer los cayos.
Mientras todo el grupo se va a cenar a un restaurante cercano a la marina (un chivo riquísimo, según nos cuentan) Joaquín y yo salimos a dar una vuelta hasta la ciudad. No se ve mucha gente por las calles, hay muchos restaurantes y locales cerrados, incluso el famoso cabaret de Benny Moré. Las pocas personas con las que nos cruzamos nos saludan muy amables. A la legua se ve que hace meses que por aquí no ven un turista. Las casas están muy bien conservadas, en el interior se atisba actividad, débiles luces de color blanco algo tenebrosas alumbran muchas de las salitas, el mobiliario es escaso y humilde y la gente está viendo la tele. Llegamos al centro de Cienfuegos, las puertas de las casas son de madera, pintadas de bonitos colores que configuran un ambiente muy armonioso.
Para volver paramos un Taxi carro- bici. El chico que nos lleva pedalea sin cesar mientras nos cuenta, respondiendo a nuestras preguntas, nos dice que no hay res, que no hay pasta. Que hay racionamiento. En las tiendas que venden jabón, pollo o papel higiénico solo se puede pagar en divisas y las divisas se consiguen si algún familiar o amigo te las envía. Nos dice que gana 400 pesos (unos 20 euros) y tiene dos trabajos.
Amanece a las 6 y nuestros capitanes se apuran para pasar el control policial. Aunque era una posibilidad, finalmente no podremos ir a Jardines de la Reina que era nuestra idea inicial. No pasa nada, será la excusa para volver otra vez a esta isla.
Partimos hacia Cayo Largo, que era nuestra segunda (y muy buena) opción. Salimos por el canal cruzando la enorme Bahía de Cienfuegos.
continuará …
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