La primera vez que navegué por aguas griegas elegí la opción fácil, embarcar en Atenas, así mataba dos pájaros de un tiro, conocer la ciudad y navegar por algunas islas de las que había oído hablar Hidra, Egina, Poros…
De Atenas, hacía tiempo que quería ver con mis propios ojos lo que tantas veces había visto en los libros de arte: la Acrópolis, esas columnas, esos capiteles… no me defraudaron, son tan impresionantes como me los esperaba.
Las vacaciones, esta vez iban a ser a bordo de un velero que alquilamos con Aproache, habíamos oído hablar del viento Meltemi en verano y como somos muy miedicas, la ruta escogida fue el Golfo Sarónico. Fueron pasando los días entre calitas, fondeos y árboles de pistacho hasta que llegamos a la isla de Hidra.
Esta isla me ha dejado un recuerdo en la memoria, que aunque han pasado varios años no he consigo borrar.
Lo primero buscar un buen sitio para el barco, un paisano nos ayudó a amarrar en lo que parecía la calle principal, le dimos una propina y nos devolvió su mejor sonrisa.
Bajamos a tierra y comenzamos nuestra excursión, nos encontramos frente a un sinfín de tabernas y tiendas en las que el color predominante era el blanco y el azul, ese azul intenso de la bandera griega que te recuerda al mar mires donde mires.
Para descubrir sus casas, sus calles y su gente, había q subir una cuesta bastante empinada, como en esta isla están prohibidos los coches, hay burros y mulas para hacer el recorrido, pero nosotros, teníamos ganas de caminar. Al final, él esfuerzo mereció la pena, las vistas desde lo alto te dejan sin aliento.
Cuando nos cansamos de vagabundear por las callejuelas, nos sentamos en una terraza y no se cómo, nos pilló por sorpresa el atardecer, esa puesta de sol nos inundó la retina de colores, rojos, naranjas y amarillos como nunca habíamos visto, el reflejo sobre el mar ….estábamos tan atentos, que ni hablábamos. Al cabo de un buen rato alguien recordó que había que volver al barco, en el camino de regreso descubrimos que las calles están hechas de guijarros mezclados con hormigón por una razón, porque frenan la caída en la bajada.
Este primera visita a Grecia me dejó enamorada de su paisaje, de sus ruinas, de su comida, de su gente, van pasando los años y no me desenamoro.
Belén G. Sáa
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