Rasdhoo es la típica isla habitada por locales que viven del turismo. En el pequeño embarcadero, atracan doghis repletos de turistas a los que colocan souvenirs de todos los colores y tamaños imaginables antes de que pongan pie en tierra. A eso de las 3 hemos desembarcado para echar un vistazo. Estuve aquí hace tres años y todo sigue igual. Los mismos tallistas de madera y coco en la playa, los mismos pescadores de atún poniendo sobre la arena sus capturas para que las mujeres elijan a su antojo las mejores piezas. La escuela, el hospital, las tiendas, los guiris comprando tallas y helados “mágnum”… Rashdoo es una caricatura de si misma. Una 5ª Avenida a la maldiviesa, puesta en remojo. Limpia, coqueta, comercial.. Y esta noche un suculento pollo al curry y una ensalada de patata que van a entrar de perlas pues hoy se nos ha olvidado comer.
Jueves 12
La virgen del Pilar se ha debido levantar de mal talante pues el día ha amanecido ventoso, lluvioso y gris. El último coletazo de los monzones del SW se despide dejando a su paso un rastro de agua y viento en el Indico. La lluvia golpea el casco con un sonido como de zapateo. Va y viene en oleadas desacompasadas. A veces con fuerza, otras como si saliera de la alcachofa de una ducha de un hotel de 3ª. Todos los sonidos son de agua. Olas que golpean el casco, el chapoteo del dingui amarrado a popa, la bomba de la ducha cuando Carmen se acicala, el grifo del lavabo mientras Joaquín prepara la cena, el sonido del hielo cuando Cuco manufactura unos cubatas. Ahora es la lluvia la que juega a hacernos entrar y salir, subir y bajar. De la soledad, al tumulto y la lluvia jugando a encerrarnos, a dejarnos libres… Sin embargo, Rasdhoo estaba esta mañana pletórica, revestida de un gris acerado que realzaba los azules y rojos de los doghis y el verde exuberante de la vegetación. Los escolares jugaban en la playa con camisas blancas y shorts negros. Parecían fichas de dominó echando una partida en la arena. Algunos pescadores faenaban para asegurar sus barcas a los muertos, ajustando cabos aquí y a allá, revisando los nudos, como temiendo que los últimos estertores del monzón arrastraran mas adentro alguna embarcación como prenda por las capturas que les proveyó estos meses. El viento se escurría en el aparejo, golpeando la botavara, agitando la colada. El tambucho de mi camarote deja pasar algo de agua y un cachito de lluvia se estampa con insistente monotonía de goteo en las sábanas. Si el día no aclara, no creo que salgamos a bucear, ni a la “picnic island” donde Saheed planeaba vendernos una excursión. Hoy promete ser uno de esos días de lectura y vagueo.
Una casa tradicional convertida en museo:
En los últimos años, el crecimiento económico ha ido transformando la imagen de las islas. Los cables en los tendidos de luz, las antenas parabólicas entre las palmeras y los letreros turísticos en los comercios van ganando espacio y mutando la imagen del país. El cemento llegado de Indonesia y la uralita, van sustituyendo las construcciones de coral y acabando con el sistema tradicional de construcción a base de palma. Rasdhoo no ha sido mas afortunada y hoy ofrece una estampa a caballo entre la tradición y el progreso. La única vivienda tradicional se exhibe como un atractivo mas. La familia que la habita se oculta con gran rapidez tan pronto ven una cabeza asomando a su hogar, donde tres catres llenan la estancia de espartana sencillez. Fuera, la cocina y el baño, alojados en dos pequeñas cabañas, completan la vivienda.
La lluvia ha estado presente todo el día. Una densa capa de nubarrones han mantenido cubierto el cielo con un velo plomizo que daba un color triste al mar. El barco ha sido nuestro refugio entre lecturas, guisos, y duermevelas. En días como hoy, de mal tiempo y encierro forzado, la convivencia se resiente algo. Había silencios flotando en el aire, andábamos inquietos por dentro, con ganas de bucear, de nadar, de mover los huesos, y el único sonido que se oía era el golpeteo del a lluvia contra el casco. A eso de las 4 hemos bajado de nuevo a tierra para estirar las piernas. El pueblo hacía juego con el tiempo, parecía sumido en un callado letargo. Sin apenas turistas a la vista, algunos comerciantes habían decidido no abrir sus pequeñas tiendas y los que quedaban al frente, nos miraban entre aburridos y expectantes. Hemos comprado algunas bagatelas mas por matar el tiempo que por otra cosa y Sahhed ha aparecido para conducirnos a un par de talleres y algunas tiendas donde finalmente, hemos desembolsado unos dólares, de esos de “a comisión”.
Mañana salimos hacia Male Atoll si el tiempo lo permite. Esta noche sopla viento de cuarenta y tantos nudos y la insistente lluvia ha terminado por enviarnos temprano a dormir. Joaquín ha salido a asegurarse de que el barco estuviera bien amarrado. Hemos cenado una sopa contundente y unos crêpes que Carmen ha improvisado con las tortas traídas por Saheed y hemos picoteado las empanadillas dulces cocinadas por su mujer. Hace calor en el salón, recargado de condensación y humo de los cigarros. Quería salir fuera a respirar aire fresco, pero no cesa la lluvia.
Hoy el día ha amanecido luminoso a pesar de que un velo de nubes finas cubre el cielo. Las pequeñas Madivaru y Veligadu parecen dos verrugas de vegetación rompiendo el monótono gris del mar. Al otro lado, Kuramati, con la ostentación de quien se siente en clara superioridad, las mira por encima del hombro, llenando el este de palmerales y árboles frutales, entre los que asoma un sarpullido de bungalows y playas minúsculas. Son las 10 y hemos decidido poner rumbo a Male Atoll, unas 17 millas al E, con idea de fondear en Kudabados, una isla local, próxima a Bados donde hay un resort. De camino Carmen ha pescado tres pequeños atunes y a eso de las dos y media llegábamos a Giravaru, donde Cuco y Joaquín han decidido arrimarse a puerto seguro, después de la noche que hemos pasado. Lo primero ha sido lanzarnos al agua, a mirar bichos en la rompiente. Ha sido un buen paseo entre los peces y luego un pedazo de ducha de agua dulce que nos hemos metido entre pecho y espalda. Calor todo el día y ni una brizna de aire, pero al menos, no hay mosquitos esta noche. Y de cena, bonito a la plancha con ajito y un chorro de vinagre y unas cintas de pasta aderezadas tipo angulas. Para chuparse los dedos.
Sabado 14
Hoy ha sido uno de esos días tontos, hemos salido tarde pues esperábamos la previsión del tiempo y hemos llenado los depósitos de agua, amén de pedir algunas bebidas y cambiar toallas y sabanas por unas limpias. Pensábamos fondear en Kurabandos, una isla sin resort pero no nos hacia gracia tirar el ancla en el coral y nos hemos ido. Bandos estaba cerca, tiene un lodge y una boya pero otro barco se nos había adelantado. Finalmente hemos aproado hacia Full Moon, donde hemos fondeado en un lugar que no nos ha gustado mucho. Era abierto y zona de paso de doghis y barcazas. Tarde ventosa y nublado así que hoy tampoco hemos tenido el consuelo del buceo.
Domingo 15
A eso de las 9 aún no me había despertado cuando el sonido del motor y del ancla me han levantado de la cama. Dejábamos el fondeo buscando un lugar mejor donde pasar el día. Hemos acabado en el interior de una barrera de coral frente a Himmafushi, una isla local, emergida en un entorno privilegiado a unas 10 millas al NE de Male. Tiene como vecinas Laukaufushi y Laukaufinolhu, en esta última se encuentra el resot Huduveli al que no iremos. Hemos pasado el día vagueando y buceando aunque el agua estaba turbia y había corriente. A eso de las 3, hemos ido a la isla a estirar las piernas. Estuve en Himafushi en mi anterior viaje, aunque no lo he recordado hasta descubrir a los artesanos que vendían barcas plegables hechas de rama de palma y que abastecen de souvenirs. a los comercios del Atolón de Male, de South Male y Ari. No se donde se meterán las teóricas 1200 personas que afirma la guía habitan la isla. El pueblo parecía aletargado, apenas unos cuantos comercios, unas mujeres desgranando arroz, el tonto del pueblo que enseguida se nos ha pegado y unos niños curioseando en el muelle han completado el repertorio local. Sigue llamándome la atención la diferencia entre las islas locales y las turísticas. En las primeras no se fumiga, en las segundas si. En las primeras, las únicas estrellas a la vista, brillan en el cielo, en las segundas figuran en el llavero de las habitaciones dotadas de AA.CC. Al menos las primeras son auténticas y gratis. No hemos dado con el famoso Ibrahim que comenta el libro de Sunsail, ni falta que ha hecho. A eso de las 6 hemos regresado al velero para preparar un pollo a la barbacoa y una purrusalda. Un barco de americanos ha fondeado cerca. No sabemos si practican surf o si van a hacer pesca nocturna que se recomienda hacer aquí.
Ayer noche hubo luna llena. Parecía que alguien hubiera tirado papel albal sobre el mar. Echaban una de nubes y jugamos a descubrir a los cambiantes protagonistas que iban siendo modelados por el monzón del S.W. Allí un camello, ahora una cara de mujer…Poco a poco, la noción del tiempo se vio trastocada por la mezcla de la música y las cervezas. Las palabras se divorciaron de la realidad. La fantasía y los pensamientos se dieron la mano como viejos conocidos. Se soltaban sensaciones porque las palabras habían perdido su significado y habían dejado de ser tomadas en serio. Una viñeta negra dibujaba la silueta de Himmafushi, tendida de bruces sobre el mar. Todos éramos capaces de extraer lo abstracto de la realidad y sin embargo, ninguno tuvimos necesidad de expresarlo. De pronto, habíamos aprendido a desafiar la razón y ese era el acorde que nos mantenía comunicados. Algunos lugares socavan y deforman nuestro sentido de percepción y la bahía de Himmafushi , contemplada de noche, bajo la luz de la luna, es uno de ellos.
Esta mañana hemos dejado la isla pasadas las 9:30. El día ha amanecido luminoso y el viento animaba a izar velas. Rumbo sur, dejamos el atolón de Male para buscar un punto de anclaje entre la piscina que forma el arrecife Finolhu Falhu, a cuyas paredes se arriman las pequeñas Embudu y Eboodhoo Finolhu, al N de South Male Atoll. Ha sido una travesía de 15 millas a una velocidad media de 6 ó 7 nudos que hemos despachado en menos de dos horas, con la Mayor y el Génova. Después de comer frente a la isla de Eboodhoofinolu, hemos aproado hacia Eboodhoo, donde nos hemos acercado en dingui para bucear en la playa. Un pequeño tiburón de aleta negra que no llegaba al metro paseaba entre las piernas de los incautos bañistas, aprovechando el camuflaje del agua turbia. Le hemos seguido hipnotizados, hasta que se ha aburrido de nosotros y ha enfilado hacia el cercano arrecife. Luego unas cervezas fresquitas en el bar y una charla con Sree Kimar, el camarero, que ha resultado ser de Kerala (sur de India) y contorneaba la cabeza de esa forma que solo hacen los indios, mientras nos ponía al corriente de su vida. Nos ha regalado una amplia sonrisa y ha dejado escapar sus recuerdos y añoranzas. Ha intentado conseguirnos algo de pan, lidiando con el encargado del bar y la cocina, sin resultado. Pero le hemos dado una buena propina, y en el último momento, me he dado la vuelta para devolverle la sonrisa. Al llegar al barco había una corriente del E que lo zarandeaba sin compasión. Las olas han dificultado saltar a bordo, el dingui botaba como una pelota y se daba porrazos contra el casco. El asunto ha dado mucho juego a Joaquín y a Cuco que se han pasado el resto de la tarde barruntando si estábamos o no seguros, consultando las cartas, estudiando si nos íbamos, analizando cuando cambiaría la corriente, ajustando defensas, vigilando la boya, poniéndose circunspectos sin hablarnos a Carmen y a mí. En fin que se lo ha pasado bomba a cuenta de la corriente. De cena, unos sabrosísimos spagueti al ajo y guindilla. Mañana atracamos en la base done pasaremos la última noche.
Martes 17.
Ayer noche tuvimos movida con una barcaza que a eso de las 11 se acercó con los focos encendidos, casi embistiendo el velero y con los tripulantes voceando a pleno pulmón. Carmen y yo estábamos solas en la bañera charloteando y nos llevamos un susto de muerte. Joaquín salió enseguida a cubierta y yo bajé a despertar a Cuco que parecía sumido en estado de coma. Después de intercambiar unas palabras (ellos en su lengua y nosotros en impeclable inglés) se retiraron, pero volvieron un par de veces gritando para que les dejáramos la boya. Nos querían mandar al otro lado de la isla, donde posiblemente estaba la tercera boya, pero bastante mas expuesta. No nos movimos pero fuimos a dormir inquietos por si volvían, cosa que no ocurrió. A eso de las 9:30 hemos puesto rumbo a Velassaru para bucear un poco antes devolver a la base. Después del marrajillo de ayer no me he atrevido con el chapuzón mañanero y he lavado la conciencia pensando estábamos amarrados a 25 metros. Me he dicho que si en la playa, a un metro de profundidad, hay marrajos, aquí seguro que estaba su primo el de zumosol. El día es ventoso, pero no hemos sacado trapo porque la travesía es corta. Hemos ido bordeando el arrecife de Finolhu Falhu, dejándolo a babor, y luego hemos pasado, dejándola también a babor, la isla de Vaadhoo, cubriendo unas siete millas hasta Velassaru donde hemos fondeado a 9 metros. Luego hemos regresado a la base, y nos hemos despedido de las Maldivas con una cena suculenta pero picantona, una partida de billar y barra libre a cuenta del fondo. Mañana, regresamos a los atascos, el teléfono y el estrés.
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