Continuemos con el relato. Por la mañana temprano, y después de haber descansado y comido adecuadamente, él domingo 29 de de noviembre dejamos atrás el puerto de Mindelo. El relieve de sus costas e islotes es más bonito que el interior de la isla. Parece ser que no ofrecen una adecuada oferta turística ni sus paisajes son especialmente bellos, por lo que se han convertido en un mero punto de tránsito para los navegantes que pretenden cruzar el Atlántico por esta ruta, o los que quieren dar la vuelta al Cabo de Buena Esperanza.
Tan solo se ve algo de oferta para la pesca deportiva. Me estuve informando, claro está, y pescar un marlyn desde el barco de un local es un disparate. Cosas de ricos. De todas formas, ya llevo tiempo intentando pescar solo lo que me como. Y especialmente en este viaje. En este sentido la fortuna nos volvió a sonreír a unas 10 millas de la costa, pues picaron dos abadejos a la vez, uno en la caña de Pablo y otro en la mía. Cada uno de ellos de aproximadamente un kilo. Los preparé a la espalda en el horno añadiendo un majado final de vinagre y ajos crudos. Exquisito.
La verdad es que hemos comido muy bien. Regularmente cocinamos cuatro de los seis, y hay un cierto pique entre todos a ver quien cocina mejor. Ángel y Jean ni se acercan a la cocina, pero a cambio friegan los platos. Los postres los borda Pablo, el pescado es cosa mía, y en los guisos vamos empatados. Juanjo siempre hace de pinche.Tomar el aperitivo es lo obligado. Quesos manchemos que trajo Juanjo, quesos suizos gentileza de Jean, el jamón ibérico que llevé yo envasado al vacío, chorizo, fuet….. El vino canario lo puso Angel procedente de la bodega de un amigo suyo.
No estamos bebiendo mucho, pues las maniobras en el barco requieren concentración, pero en los aperitivos no faltan la cerveza y el vino. A parte del pescado, que lo comíamos en el mismo día de cogerlo, y ha sido la base de nuestra alimentación muchos días, hemos hecho fabada, lentejas, rancho canario, patatas guisadas, papas arrugás con mojo, pasta…. Solo hemos comido carne los primeros días. La suegra de Ángel nos preparó un jamón enorme asado. Nos duró varios días y con la salsa que sobró yo hice unas patatas guisadas. Hemos hecho incluso una tortilla de patata gigantesca, friendo las patatas dentro de la hoya. El pescado ya se ha terminado y no vamos a pescar más. En estas islas se puede transmitir una enfermedad grave que se llama ciguatera.
Creo que es una toxina originada por un alga que no afecta al pez cuando la come, pero tiene efectos neurotóxicos en las personas. Además esta es la peor época del año y estas son las islas con más peces infectados. Así es que se terminó la pesca. Mientras ha durado ha sido una gozada, y la principal excusa para que Ángel mantuviese constantemente picado a Pablo a base de gritarle que no podía ser que el godo pescase más que ellos. Ya sabéis que este es el término despectivo con el que los canarios se intentan mofar de los peninsulares. Yo por supuesto podría no haber entrado al trapo, pero como quiera que me traje de Almería mis dos muestras artificiales campeonas, estaba seguro de mis capturas. Así es que la rivalidad estaba servida. A estas horas ya he perdido mi segunda y última muestra, pero como ya no vamos a pescar más, me da igual. Ayer mismo, a media tarde, en mi caña picó un dorado enorme que rompió el sedal a menos de 10 metros de la popa.
Ni las cañas ni los carretes son los adecuados para sacar peces de más de veinte kilos. Aún así, Pablo recogía con el carrete mientras yo tiraba del sedal con las manos debidamente protegidas con unos guantes. El pez se había llevado previamente más de trescientos metros de hilo, pues aun cerrando el freno tenía fuerza de sobra para hacer patinar el embrague del carrete. A ello hay que añadir que en un barco de vela no puedes parar como en uno de motor, y aunque mientras Pablo y yo recogíamos sedal, Juanjo e Isra bajaron la mayor, con la fuerza del génova, más el peso del pez, terminó pasando lo irremediable después de casi una hora de lucha. La parte positiva es que la coordinación entre Pablo y yo terminó por imponerse a nuestra sana rivalidad, bien está decir no obstante que mis capturas fueron mayores en número y tamaño, como no podía ser de otra manera. A destacar: un bonito de unos seis kilos.
No era como los que pesco en Almería que son alargados, este parecía un cerdito rechoncho. Nos lo zampamos en tacos marinados al estilo canario. Una barracuda de dos kilos (zampada al horno en cuajadera) y el récord del viaje: un dorado de 15 kilos. Los más sabrosos los abadejos y el bonito. Los navegantes entre Caboverde y el Caribe hablan de la venganza del dorado. Dicen que da cagalera. Es cierto, lo descubrimos cuando ya nos habíamos zampado la mitad del pez. No es nada peligroso ni tóxico, parece más bien que la carne, riquísima por otro lado, contiene una grasa con efecto laxante. Ya que sale este asunto que tanto nos motiva a los urbinas, hay que decir, que la gestión de los baños ha sido mucho mejor de lo que se esperaba en un barco con seis tripulantes masculinos.
Todos convinimos desde el primer día en hacer pis sentados y en limpiarlo de pelos después de ducharnos. Nos costó una enormidad conseguir que Jean entendiese el mecanismo de la bomba manual de extracción, pero lo conseguimos. Los retretes de un barco no son como los de casa. En eso coinciden hasta los navegantes más entregados. Por eso meamos asomados a la popa siempre que las condiciones lo permiten. Dicen que la mayor parte de los cadáveres que se encuentran en el mar, tienen la picha fuera. Ir a hacer caca o pis es toda una aventura. A mi se me quedó atascado el cepillo y cuando tiré para sacarlo se rompió el palo. En ese momento pensé que cualquier otra desgracia, incluido un naufragio, era mejor que meter la mano para sacarlo. Pero hice lo que hay que hacer. Usar el cepillo y echar pato wc es el máximo de higiene que hemos negociado entre todos. Hay que decir, no obstante, que se mantiene una limpieza y orden bastante razonable.
A parte de los peces, del resto de la fauna poco que añadir. Ha sido un poco decepcionante. Hemos visto delfines y calderones, pero ninguna ballena. Tampoco tortugas hasta nuestra llegada a las islas. Ahora mismo, en el canal entre Martinica y Santa Lucía, nos rodean varios cormoranes al acecho de los peces voladores que levantan el vuelo a nuestro paso. Es precioso ver como clavan en picado al agua para hacer sus capturas. De este tipo de peces nos hemos hartado de recogerlos en cubierta. El primero nos hizo mucha ilusión. Con las alas desplegadas son como un pájaro. Lo devolvimos al mar pero salió volando antes de tocar el agua. Cada mañana, cuando hacemos la inspección de cubierta para tomar nota de los desperfectos, vamos retirando peces muertos. Algunos son tan pequeños como boquerones, y se meten por cualquier hueco. A Isra le cayó uno encima mientras dormía en su camarote. Entró por la escotilla, y era de los grandes. Hay que limpiar de peces todas las mañanas para que no se pudran. Aún así, la cubierta huele un poco a pescado y está sucia por las escamas. Hay que baldearla todos los días.
En cuanto a la navegación, hemos tenido viento portante desde que zarpamos en Tenerife. Como los alíseos son parte del anticiclón, su recorrido es circular, de forma que primero entraba por la aleta de estribor, luego y la mayor parte de la travesía por la popa, y finalmente llevamos dos días con viento por la aleta de babor. Nos ha llevado más al sur de lo inicialmente previsto, hasta el punto de que los últimos días veíamos como nos acercábamos a Trinidad Tobago y la costa venezolana, plagada de piratas. Es una zona en la que esta gentuza tiene la afición de abordarte, tirarte al agua y quedarse con el barco, todo ello ante la pasividad de las autoridades del régimen, que más bien parecen lucrarse con el negocio al más viejo y puro estilo británico que rivaliza con lo francés por estas costas. De la herencia española aquí no queda ni rastro. También en este punto los alíseos hicieron lo que se esperaba de ellos, y Ángel parecía saberlo en todo momento. Hace tres días el viento nos empezó a desplazar hacia el norte en dirección a Barbados. En estas condiciones, la navegación rápida, cómoda y segura aconseja utilizar el tangón para sacar mayor partido a la navegación a orejas de burro (genova en una banda y mayor en la contraria). Se trata de un tubo de aluminio más pequeño que una botavara pero con casi cuatro metros de longitud y 25 cm de diámetro. A pesar de ser de aluminio, su peso es notable, y el manejo desde la cubierta es complicado. Después de ponerla y quitarla la primera vez, me quedé con la desagradable sensación de haber corrido un serio peligro. En estos días lo hemos hecho entre Isra y yo más de veinte veces, por lo que he aprendido perfectamente la técnica. Hacer esta maniobra de madrugada, noche cerrada y en medio del Atlántico va a ser uno de los mejores recuerdos que me llevo en cuanto a las técnicas de navegación.
Tan solo añadir, que no nos hemos aburrido. La navegación, la pesca, las reparaciones, la cocina, el orden del barco y el aseo personal nos consumían la mayor parte del tiempo. En los ratos libres hemos escuchado música de todos los tipos, desde opera barroca hasta rock duro pasando por Manolo Escobar. Hemos jugado a las cartas y celebrado por todo lo alto como el godo desplumaba a los canarios. Hemos visto películas, nos hemos contado nuestras vidas y nos hemos bañado sentados en la popa a cubazos con los pies dentro del océano. A esto lo llamábamos “ir a la playa”. También hemos ido a la compra (cuando pescábamos), de cañas (el aperitivo), al casino, al cine….. No os imagináis la de cosas que se pueden hacer en 20 metros cuadrados durante tantos días. La clave ha sido la tripulación. Todos hemos cuidado unos de otros. Todos hemos trabajado en lo cotidiano y en la navegación. No ha habido ningún mosqueo entre nosotros. El ruido constante de los canarios discutiendo entre sí forma parte del ambiente y nos divierte. No hemos tenido miedo, ni frío ni calamidades de ningún tipo desde que zarpamos de Mindelo. El único problema que he tenido, como siempre, ha sido la dificultad para conciliar el sueño. A pesar de que hacíamos turnos de guardias nocturnas de dos horas, yo me pasaba la mayor parte de la noche en la cubierta mirando al cielo y pensando en vosotros. Os he echado de menos, aunque me alegro de este prolongado silencio. No he pensado en el pasado ni en el futuro. He estado relajado e integrado en el entorno, en la naturaleza salvaje del océano. No hemos visto a penas ningún barco, ningún avión. Tan solo el mar y el cielo estrellado. Las constelaciones aquí son diferentes. Desde que anochece y sale la luna pasan al menos cuatro horas de noche negra y cerrada.
Para mí ese era el mejor momento, por eso hace siete días, cuando llevábamos algo más de la mitad del viaje decidí trasladar mi cama a la cubierta. Todas las noches saco mi edredón y mis almohadas y duermo en cubierta hasta mi turno de guardia. En estas últimas noches he recuperado todo el sueño atrasado. La espalda a penas me ha dolido, aunque todos tenemos cardenales por todo el cuerpo de darnos golpes con las paredes de los camarotes. En los próximos días se irán marchando todos. Primero Jean, luego Juanjo e Isra. Yo regreso el 22 desde Guadalupe para llegar a casa el 23 vía París.
Espero que mis hijos vayan a buscarme al aeropuerto con Zambo. Ángel se queda por las islas hasta abril. Quiere llegar a Cuba y explorar las posibilidades de abrir aquí un negocio de alquiler de barcos. Es posible que el Guanajo, nuestra querida nave que nos ha traído a América con sus velas, nunca vuelva a España. Me ha confesado Angel, que después de esta experiencia, y dadas la mejoras que le ha hecho al barco para hacer este tipo de travesías, se está planteando seriamente cruzar el Pacífico. A fin de cuentas Panamá está cerca de aquí. Imaginad lo que estoy pensando.
Os quiero. Durante todo el viaje habéis estado conmigo.
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